En Tobed, a orillas del río Grío, comenzamos por llegar hasta el Palacio de la Encomienda, o del prior, perteneciente a la Orden del Santo Sepulcro, en donde se encuentra el Ayuntamiento y el espacio museístico mudéjar Mahoma Clahorrí. Nombrado así en honor al arquitecto que trabajó en la localidad a caballo del siglo XIV y el XV. Y cuyo nombre apareció en una inscripción pintada en la cabecera del templo, al realizar la rehabilitación en el interior de la iglesia de la Virgen de Tobed.
Tobed es una localidad de origen celtíbero. El poeta Marcial, de origen Bilbilitano, la cita con el nombre de Tovenissa, en el siglo I.
En el siglo XII pasó a pertenecer a la Orden del Santo Sepulcro.
El caserío es en ladera, como en el pasado. En la época que nos ocupa había unos 48 hornos de barro, de obradores para fabricación de ladrillos y cerámica.
Los habitantes vivían de la agricultura, cultivando olivo, vid, almendra, melocotón, alberje... Fruta de hueso, que secaban.
Llegó a haber 4 fuentes; de la calera, de los hierros... Por cierto que todavía queda una de las herrerías en la población, cuyo actual propietario es la quinta generación que la regenta.
También había, en la zona del barranco, molinos de aceite, y alguno de cereal. Aunque este cultivo era escaso.
Incluso había destilerías de alcohol, con finalidad de botánica medicinal. Existe constancia de su utilidad para las médicos moriscos.
No es de extrañar que en el pueblo hubiese prosperidad, y a pesar de ser tierra de frontera entre Castilla y Aragón, dispusiesen hasta de lonja para realizar intercambios comerciales, y perteneciente, naturalmente, a la Orden. Actualmente no queda mucho de aquel edificio.
El Palacio que hemos visitado está casi como fue en origen. Según el escudo de la fachada 1790. El zaguán todavía tiene el pavimento primitivo, con la cruz característica de la Orden. Solamente la zona de las bodegas, incluso se conservan las pilas de almacenaje de aceite, de origen desconocido, aunque se sabe su procedencia: son romanas.
Pero lo que nos trajo a Tobed fue la iglesia fortaleza. Monumento nacional desde 1931. Hemos admirado su alminar que no se continuó. El paseo de ronda, con su pasarela e integrado en el edificio como espacio diáfano. Planeado y construido desde el principio con todo el edificio.
Su carácter defensivo se percibe también en sus ventanas hacia la sierra de Vicor, orientadas hacia la torre del antiguo castillo, ya desaparecido.
Hemos admirado las flores rosetas, los rodillos hechos con aljez agramilado.
La Iglesia de Santa María se sabe que fue construida entre 1356 y 1400. E intervinieron los dos arquitectos: Mahoma Calahorri, más geométrico, más conservador...Y Mahoma Ramí, más joven, más moderno, próximo al gótico flamígero, usa elementos que le recuerdan el ataurique, la decoración con motivos vegetales, característico del arte islámico.
En los nervios de crucería, cuando se van a juntar con la clave, se pueden contemplar los característicos dragones negros.
Nos llamó la atención el campanile policromado. Una suerte de rueda con campanillas que se hacía sonar, sobre todo en Pascua. Parece ser que era muy común en las iglesias, pero que actualmente sólo se conserva este policromado.
El mobiliario de la iglesia desapareció. Y en el altar mayor también se realizaron cambios, que no pertenecen a la obra primitiva.
En todo el edificio se percibe la riqueza y la magnificencia que proporcionaron los mecenas: La Orden militar del Santo Sepulcro; el arzobispo de Zaragoza, Don Lope Fernández de Luna; el rey Pedro IV de Aragón; el cardenal, Pedro Martínez de Luna y luego Papa con el nombre de Benedicto XIII.
En el siglo XII pasó a pertenecer a la Orden del Santo Sepulcro.
El caserío es en ladera, como en el pasado. En la época que nos ocupa había unos 48 hornos de barro, de obradores para fabricación de ladrillos y cerámica.
Los habitantes vivían de la agricultura, cultivando olivo, vid, almendra, melocotón, alberje... Fruta de hueso, que secaban.
Llegó a haber 4 fuentes; de la calera, de los hierros... Por cierto que todavía queda una de las herrerías en la población, cuyo actual propietario es la quinta generación que la regenta.
También había, en la zona del barranco, molinos de aceite, y alguno de cereal. Aunque este cultivo era escaso.
Incluso había destilerías de alcohol, con finalidad de botánica medicinal. Existe constancia de su utilidad para las médicos moriscos.
No es de extrañar que en el pueblo hubiese prosperidad, y a pesar de ser tierra de frontera entre Castilla y Aragón, dispusiesen hasta de lonja para realizar intercambios comerciales, y perteneciente, naturalmente, a la Orden. Actualmente no queda mucho de aquel edificio.
El Palacio que hemos visitado está casi como fue en origen. Según el escudo de la fachada 1790. El zaguán todavía tiene el pavimento primitivo, con la cruz característica de la Orden. Solamente la zona de las bodegas, incluso se conservan las pilas de almacenaje de aceite, de origen desconocido, aunque se sabe su procedencia: son romanas.
Pero lo que nos trajo a Tobed fue la iglesia fortaleza. Monumento nacional desde 1931. Hemos admirado su alminar que no se continuó. El paseo de ronda, con su pasarela e integrado en el edificio como espacio diáfano. Planeado y construido desde el principio con todo el edificio.
Su carácter defensivo se percibe también en sus ventanas hacia la sierra de Vicor, orientadas hacia la torre del antiguo castillo, ya desaparecido.
Hemos admirado las flores rosetas, los rodillos hechos con aljez agramilado.
La Iglesia de Santa María se sabe que fue construida entre 1356 y 1400. E intervinieron los dos arquitectos: Mahoma Calahorri, más geométrico, más conservador...Y Mahoma Ramí, más joven, más moderno, próximo al gótico flamígero, usa elementos que le recuerdan el ataurique, la decoración con motivos vegetales, característico del arte islámico.
En los nervios de crucería, cuando se van a juntar con la clave, se pueden contemplar los característicos dragones negros.
El mobiliario de la iglesia desapareció. Y en el altar mayor también se realizaron cambios, que no pertenecen a la obra primitiva.
En todo el edificio se percibe la riqueza y la magnificencia que proporcionaron los mecenas: La Orden militar del Santo Sepulcro; el arzobispo de Zaragoza, Don Lope Fernández de Luna; el rey Pedro IV de Aragón; el cardenal, Pedro Martínez de Luna y luego Papa con el nombre de Benedicto XIII.
Terminada la visita, nos fuimos hasta Aiñón. Nos esperaba la comida y otra iglesia fortificada mudéjar.
-Jedrea + Margalló-
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