miércoles, 31 de octubre de 2018

Cuento a mi nieta: Los niños de la guerra -2ª parte-

En la primera visita, todo el entorno no le recordaba nada.
Al siguiente domingo se fue a visitar el  segundo pueblo, pero tampoco le recordaba nada.
                             
Al tercer día festivo que fue a otra localidad, cuando llegó y vio la Iglesia, reconoció que era aquella que le venía a la mente.
Al verla plantada en la calle, tan pensativa, se le acercó una señora y le preguntó si podía ayudarle en algo.
Cuál sería su sorpresa al verla, que dijo extrañada: “si eres igual que la Prudencia”.
Isabel le pregunto dónde vivía esa tal Prudencia.
Y la lugareña le contestó: “Al final de esta calle, a la derecha, la última casa”.
Hacia allí se dirigió.
Llamó a la puerta.
Nada más abrir, la mujer vio a Isabel. Cayó desmayada.
Prudencia era su madre biológica.
Al reponerse, sus palabras fueron: “Tu eres mi hija que me  fue robada”.
Isabel le contó su historia. Le relató sus sentimientos: ella sería su madre verdadera, pero para ella, su madre era quien la crió, le dio unos estudios, le cuidó cuando estaba enferma… No obstante, en la próxima semana vendría con ella, así se conocerían.
Al llegar de vuelta a su casa, lo primero que le dijo a su madre, era lo mucho que la quería, que para ella siempre sería su madre, pero que quería saber la verdad.
Su madre se echó a llorar y le contó la verdad. Habían recibido a los niños, por no tener hijos propios. y que siempre les habían querido como tales. No tenían idea de la situación de los chicos. Eran tiempos convulsos.
A la siguiente semana fueron sus padres adoptivos, su hermano  acompañado de su mujer e hijos.
La reunión fue muy emotiva. ¡Y qué manera de llorar todos de alegría!
Eso de saber que no solo habían recuperado a sus hijos sino que, además, eran abuelos.
La moraleja de este cuento es que los lazos de sangre establecen uniones perdurables, pero los lazos del cariño mantienen los eslabones de la cadena indisolubles.
-Pensamiento-

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