sábado, 28 de marzo de 2015

Reflexionando sobre Sta. Teresa y Fray Luis de León:

En otra entrada se habla de Santa Teresa de Jesús, de que fue una monja que no estuvo encerrada en  su convento, sino que viajó mucho.
Su espíritu fundador la llevó hasta Úbeda, en Jaén, donde existe todavía un convento de Carmelitas Descalzas.
En esta ciudad tiene dedicada una plaza a esta santa, además de una parroquia que prueba su vinculación con esta ciudad jienense.
El Ayuntamiento ubetense ha celebrado el V centenario del nacimiento dedicando  una semana especialmente dedicada a conferencias y recitales.
¿Y qué relación tienen estos dos escritores religiosos?
Fray Luis de León fue quien cuidó las obras de las Santa para su publicación, y emitió el siguiente juicio, certero, sobre el lenguaje y el estilo:
"En la forma del decir y en la pureza y facilidad del estilo, y en la gracia y buena compostura de las palabras y en una elegancia desafeitada en extremo, dudo que haya en nuestra lengua escritura que con ellas se iguale."
Fray Luis de León fue un insigne humanista, en cuya obra se produce la combinación armoniosa de lo religioso cristiano con la cultura del Humanismo.
Sus traducciones de textos bíblicos y sus poesías originales constituyen una de las cimas de la literatura española del Renacimiento.
A mi me emociona especialmente la Oda a la vida retirada, porque refleja las emociones que siento cuando estoy en mi huerta, con la única compañía de los árboles y la banda musical que ponen los pájaros:


¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruïdo, 
y sigue la escondida 
senda, por donde han ido 
los pocos sabios que en el mundo han sido; (...)

¡Oh monte, oh fuente, oh río,! 
¡Oh secreto seguro, deleitoso!  (...)

Del monte en la ladera, 
por mi mano plantado tengo un huerto, 
que con la primavera 
de bella flor cubierto 
ya muestra en esperanza el fruto cierto. 

Y como codiciosa 
por ver y acrecentar su hermosura, 
desde la cumbre airosa 
una fontana pura 
hasta llegar corriendo se apresura. 

El aire del huerto orea 
y ofrece mil olores al sentido; 
los árboles menea 
con un manso ruïdo 
que del oro y del cetro pone olvido. (...)

A mí una pobrecilla 
mesa de amable paz bien abastada 
me basta, y la vajilla, 
de fino oro labrada 
sea de quien la mar no teme airada. 

Y mientras miserable- 
mente se están los otros abrazando 
con sed insacïable 
del peligroso mando, 
tendido yo a la sombra esté cantando.

A la sombra tendido, 
de hiedra y lauro eterno coronado, 
puesto el atento oído 
al son dulce, acordado, 
del plectro sabiamente meneado.

-Olmo-

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