Al siguiente domingo se
fue a visitar el segundo pueblo, pero tampoco le recordaba nada.
Al tercer día festivo
que fue a otra localidad, cuando llegó y vio la Iglesia, reconoció que era
aquella que le venía a la mente.
Al verla plantada en la
calle, tan pensativa, se le acercó una señora y le preguntó si podía ayudarle
en algo.
Cuál sería su sorpresa
al verla, que dijo extrañada: “si eres igual que la Prudencia”.
Isabel le pregunto dónde
vivía esa tal Prudencia.
Y la lugareña le
contestó: “Al final de esta calle, a la derecha, la última casa”.
Hacia allí se dirigió.
Llamó a la puerta.
Nada más abrir, la mujer vio a Isabel. Cayó desmayada.
Prudencia era su madre
biológica.
Al reponerse, sus
palabras fueron: “Tu eres mi hija que me fue robada”.
Isabel
le contó su historia. Le relató sus sentimientos: ella sería su madre
verdadera, pero para ella, su madre era quien la crió, le dio unos estudios, le
cuidó cuando estaba enferma… No obstante, en la próxima semana vendría con
ella, así se conocerían.
Al llegar de vuelta a su
casa, lo primero que le dijo a su madre, era lo mucho que la quería, que para
ella siempre sería su madre, pero que quería saber la verdad.
Su madre se echó a
llorar y le contó la verdad. Habían recibido a los niños, por no tener hijos
propios. y que siempre les habían querido como tales. No tenían idea de la
situación de los chicos. Eran tiempos convulsos.
A la siguiente semana
fueron sus padres adoptivos, su hermano acompañado de su mujer e
hijos.
La reunión fue muy
emotiva. ¡Y qué manera de llorar todos de alegría!
Eso de saber que no solo
habían recuperado a sus hijos sino que, además, eran abuelos.
La moraleja de este
cuento es que los lazos de sangre establecen uniones perdurables, pero los
lazos del cariño mantienen los eslabones de la cadena indisolubles.
-Pensamiento-
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