Ya, en noviembre, dije algo sobre mis juegos de infancia,
pero ahora, escribiendo sobre pequeños inventos, voy a relatar otras anécdotas de lo
que en niñez hacíamos.
Pues bien, nos fuimos a
un pajar derruido, ya que de allí, en su techo había cañizos.
No sé si sabréis qué son. Son como plataformas
de un metro de ancho, por tres de largo , fabricados con caña, que servían después para colocar las vigas, y ponían encima las tejas.
¿Si nos caíamos dentro y al estar la
puerta tapiada? y no se sabía quién era el dueño... En fin, la que hubiéramos armado. Pero en esas incursiones nunca pasó nada. El Ángel de la Guarda que protege a los niños.
Una vez
construida la cometa, el problema era la cuerda para hacerla volar.
Yo le cogí a
mi abuela un ovillo de hilo, que empleaba para poner punteras y talones en los
calcetines. Y ella buscando el ovillo, y comentando: ¡Qué cabeza la mía que no se donde he podido
dejar el ovillo!
Pobre abuela, ni se imaginaba que me lo había llevado yo.
Otra vez, buscamos botes vacíos de leche condensada de
Nestle. Nos preparamos unos zuecos atando unas cuerdas que cogíamos con las
manos y ¡hala!, ¡menudo ruido que hacíamos al andar! 😅 No íbamos poco orgullosos.
Otra vez, con un hilo, qué cogíamos con ambas manos, entre
los dedos y el otro compañero pasaba sus dedos, por el hilo del compañero y se
hacían varias formas.
Y con las chicas a jugar a las tres en raya, a la comba, y
saltar a ver quién saltaba más alto de la cuerda.
Y nunca faltaba rivalidad entre nosotros y los de otro barrio, El Arrabal, o
guerra, y tirar el pulso.
Luego nos enseñaron hacer barcos de
papel, aviones, pajaritas y aprendimos hacer muchas figuras y lo pagaba nuestra
libreta de la cual arrancamos hojas...
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