El martes, nada más desayunar, nos fuimos a la playa.
El agua estaba fenomenal.
Yo perdí un poco el miedo y me metí un poco más hondo. ¡Ah!
ya me sujetaba más en el agua, aunque siempre acompañado por el Ángel de la guardia particular, mi hija. Y, también
como siempre, necesité, para salir, los cuidados de mis hijos.
¡Mira que es importante la familia cuando llegamos a una
edad!
Nuestros familiares nos hacen sentirnos protagonistas, un
miembro importante de la comunidad familiar.
Nos proporcionan respeto, atención y cariño, tres
principios básicos para nuestro desarrollo personal.
En esta etapa de la vida se valora más que nunca el afecto.
Esa ternura que se trasmite a través del interés por lo que
nos ocurre, por la estima, la escucha y el tiempo de dedicación...
Ese amor que se traduce en gestos, en miradas, en tonos
cálidos cuando se dirigen a nosotros, en caricias... Todo lo que te hace sentir
que no estás solo, y que eres querido y valorado.
Después de comer y, sin saltarme nuestra consabida siesta,
nos fuimos paseando hasta el mercado.
Yo me compré una mariconera
para poder llevar los libros y libretas para cuando empiecen las clases...
-Pensamiento-
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