Es lo que tiene
estar mucho tiempo inactivo, en casa, que te da por pensar y recordar tiempos
pasados. Y yo estoy en un periodo así.
De modo que he
pensado: "Soy el colaborador más veterano, el mayor en edad y experiencia
¿Porqué no escribir aquí y compartir mis pensamientos con vosotros, lectores
del blog?"
La vida en los
años treinta del siglo pasado, el XX, no se parecen en nada a esta época de
inicios del siglo XXI
Yo empecé a
trabajar a la edad de 14 años, y fue porque el Hermano Director del Colegio de la Salle, donde yo estudiaba, comentó en clase que solicitaban aprendices en
casa de Ferrán, en la Farmacia de D. Mariano Giménez y en el Banco Aragón, hoy
Banesto. Dio la casualidad que mi tía Amparo había estado de doncella con la
Familia Giménez... Este hecho marcó mi vida para siempre. Entré de aprendiz en
la Farmacia Giménez, la de las Cuatro
Esquinas, tal como se conoce habitualmente. En la actualidad la rige la quinta generación de farmacéuticos.
Como es natural
mi trabajo era barrer el patio de la Farmacia, limpiar los cristales, limpiar
el polvo y encender la calefacción y además todo lo que me mandaban.
Recuerdo que un
día vino una señora solicitando un Preparado Calcio Olalla para su hijo, y, como
no estaba colocado donde debía, ser le notificamos que no nos quedaba. Entonces
ella, señalando el frasco en la estantería, nos dijo que le cobráramos lo que
fuera, pero que le vendiésemos el frasco que estaba colocado mal. Así lo
hicimos cobrándole lo que costara, que ahora mismo no recuerdo el importe.
Entonces se
hacían infinidad de fórmulas magistrales.
Yo tuve la suerte
de tener dos maestros excepcionales. Uno el propietario D. Mariano Giménez y,
la otra persona D. Conrado Valero, el otro farmacéutico de la casa. De quienes
aprendí además de a limpiar morteros, los secretos de las formulas.
Entonces, por lo
que fuese, había muchos piojos y se preparaba la Pomada Mercurial, para
matarlos Hoy día el mercurio está prohibido. Pero de aquello ha pasado más de
setenta años.
Entre las
fórmulas que se preparaban, había una que tenía su truco. A los niños con
diarrea el Doctor Valero les recetaba una preparación a base de bicarbonato y sal,
disuelto en un litro de agua y los niños no querían tomarla por su sabor. Nosotros
le añadíamos un poco de sacarina y un colorante vegetal y los niños se lo
tomaban como un refresco.
Cuando limpiábamos,
recogíamos los papeles y los cartones de la farmacia. Los llevábamos al trapero
y con ese dinero, comprábamos los Tebeos; pero si D. Conrado, que les decía Macacos, los encontraba, nos los quitaba.
Menuda tristeza que nos daba el quedarnos sin aquellas fuentes de lectura y
diversión.
-Pensamiento-
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